Cuando el amor llega a entenderse, se descubre y reconoce que la entrega al ser amado es por el placer de sentir el gusto de dar las dádivas del corazón, sin esperar posibles recompensas posteriores.
Si el corazón da y la mente calcula los premios a recibir, no es amor; es una inversión interesada, es un contrato de mercenarios disfrazados de enamorados.
Por otro lado, si hay que mantenerse bajo el mismo techo del amante por miedo a represalias, tampoco ahí existe el amor; es unicamente cobardía, cálculo y manejo de temores que cobran intereses.
Es conveniente pensar detenidamente en el secreto del propio corazón, cuál es el verdadero propósito de casarse. Las respuestas aparecerán siempre: "Tener un lugar más decoroso para vivir; un mejor acomodo en la sociedad; por huir de los problemas con padres y hermanos; tener nuevas experiencias" y demás.
Es mejor no casarse cuando las motivaciones son equivocadas, pues no se busca el amor, sino la recompensa de un contrato escrito frente a un juez.
Venturosamente, hay supervivientes afortunados a las necesidades habituales, quienes han tenido la suerte de contemplar vivir el universo florido del amor donde el alma se levanta cada día en sueño de besos, y estrenan caricias cada amanecer.
El amor no es un éxtasis platónico, es la pureza sin sombras, y en pareja es esperar cada mañana la primera alborada del mundo de los dioses, es la unión perfecta en esta Tierra.
Horacio Jaramillo